“El hecho de que te muevas, no te librara de una muerte segura” Se dijo para si, a labios cerrados. Su único ojo atento a cada movimiento, siguiéndole tal como si fuese aquel compañero de años en una pieza de baile, su respiración ya se mimetizaba con su presa, con el entorno, con el respirar del mundo.
Su concentración ya se la querría cualquier mago joven, en aquel momento no importaría que un demonio de Khorne estuviese a su espalda, no dudaría en seguir apuntando con su arco.
Un movimiento, un sonido desgarrador, un grito que no fue... un intruso menos en los bosques.
Luego de diez minutos sin cerrar sus ojos, dos horas de rastreo y una hora de esperar en el punto adecuado, el cazador, el joven elfo, Angran, se quito su manto de hojas y malezas. Estiro el cuerpo para volver a sentir todos sus músculos. Con una agilidad que solo llegaban a poseer los de su clase, bajo del árbol para revisar al intruso... un simple humano, probablemente un forajido o algún ladrón, ya los soldados hacia años que no volvían a aventurarse en aquellos bosques de los silvanos.
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